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domingo, 3 de abril de 2016
domingo, 27 de marzo de 2016
jueves, 24 de marzo de 2016
martes, 22 de marzo de 2016
lunes, 21 de marzo de 2016
La cena de Trimalción
Era una pieza de
vajilla en forma de globo, que llevaba grabados en círculo los doce signos del
zodíaco: y encima de cada uno de ellos el constructor había puesto una comida
adecuada y en correspondencia: encima del carnero había colocado garbanzos
cornudos; encima del toro un trozo de carne de vaca; encima de los gemelos,
testículos y riñones; sobre el cangrejo, una corona; sobre el león, un higo de
África; sobre la virgen, vulva de cerda; sobre la libra, una romana que
contenía en un platillo un pastel y en el otro una tarta; sobre el escorpión,
un pequeño pez marino; sobre el sagitario, un “oclopeta”; sobre el capricornio,
una langosta de mar; sobre el acuario, una oca; sobre los peces, dos
salmonetes. En el centro, un terrón de tierra con su césped sostenía un panal
de miel. Un esclavo egipcio daba la vuelta ofreciendo pan caliente en un
pequeño horno de plata…
…Y él mismo se puso
a destrozar con una voz espantosa una canción tomada del mimo del Mercader de
Laserpicio. Viendo que nosotros nos acercábamos a unos manjares tan vulgares
con muy poco entusiasmo, dijo Trimalción:
-Si queréis hacerme
caso, comamos. Esta es la ley de la cena.
CAPÍTULO XXXVI
Dicho esto, se
adelantaron cuatro bailarines que pataleaban al son de la orquesta y quitaron
la cubierta de la gran bandeja. Hecho esto, vimos debajo aves de corral,
pezones de cerda y, en el centro, una liebre adornada con alas, de forma que
figuraba un Pegaso. Vimos también en las esquinas de la bandeja cuatro Marsias
con pequeños odres que vertían una salsa de pimienta sobre unos peces que
nadaban en este otro Euripo. Todos estallamos en aplausos…
(Satiricón, de Petronio)
domingo, 20 de marzo de 2016
viernes, 18 de enero de 2013
DOS COMIDAS Y UNA CENA DE GARGANTÚA
Como
era naturalmente flemático, empezaba su comida con algunas docenas de jamones,
de lenguas de buey ahumadas, botargas morcillas y otras agujas de enhebrar
vino. Mientras tanto, cuatro de sus criados le echaban en la boca
continuamente, uno detrás de otro, paladas de mostaza; bebía un enorme vaso de
vino blanco para confortarse los riñones, y luego comía según la estación, los
manjares de su agrado, hasta que no podía con el vientre. Para beber no tenía
punto fin, ni canon, pues decía que las metas y los límites del beber llegan
cuando la persona bebiente nota que la suela de sus zapatillas alcanza un
grosor de medio pie.
(…)
Dicho
esto, prepararon la comida, para la que, como extraordinario, fueron asados
dieciséis bueyes, tres terneras, treinta y dos terneros, sesenta y tres
cabritos domésticos, trescientos noventa y ocho cochinillos de leche,
doscientas veinte perdices, setecientas becadas, cuatrocientos capones de
Loudonois y Cornausille, seis mil pollos y otros tantos pichones, seiscientos gallineros,
mil cuatrocientas liebres y trescientas tres avutardas. Además tuvieron once
jabalíes que les envió el abad de Turpenay, diecisiete ciervos que les regaló
el señor Grandmon, ciento cuarenta faisanes del señor Essars y algunas docenas
de palomas zoritas, cercetas, alondras, chorlitos, zorzales, ánades, avefrías,
ocas, garzas, cigüeñas, aguiluchos, patos, pollos de la India y otros pájaros
abundantes guisados y la mar de verduras. Todo ello fue muy bien dispuesto por
Frippesaulce, Hoschepot y Pilluerius, cocineros de Grandgousier; Ianot, Micquel
y Verrenet sirvieron de beber en abundancia.
(…)
Impónese
el que contemos aquí lo que les sucedió a seis peregrinos que venían de San
Sebastián más allá de Nantes, y para albergarse aquella noche, por miedo a los
enemigos, se ocultaron en
el jardín, debajo de los troncos, entre las coles y las lechugas. Gargantúa se
hallaba un poco irritado y preguntó si podrían traerle unas lechugas para hacer
ensalada. Sabiendo que allí las había mucho más hermosas que en todo el país,
porque eran grandes como ciruelos y nogueras, quiso ir él mismo a buscarlas, trajo
en las manos las que mejor le parecieron, y con ellas a los peregrinos, que
ocultos entre sus hojas, tenían tanto miedo, que no se atrevían ni a toser ni a
hablar. Al lavarlas primero en la fuente, los peregrinos se dijeron en voz
baja:
-¿Qué
es esto? ¡Parece que nadamos entre estas lechugas! ¡Queréis que llamemos? Pero
si gritamos, nos matarán como a espías.
Como
acordaron callar, Gargantúa los echó con las lechugas en una cazuela de la
casa, grande como la tina de Cisteaux, y con aceite, vinagre y sal, se los
comió para refrescar antes de la cena. Ya se había engullido cinco, y el sexto
estaba oculto tras de una hoja, asomando solamente su bordón; Grandgousier lo
vio y dijo a Gargantúa:
-Me
parece que hay ahí un cuerno de limaco; no te lo comas.
-¿Por qué? -repuso éste-. Todo es bueno.
Y
cargando con todo, hasta con el bordón, se comió lindamente al peregrino.
Después bebió un larguísimo trago de vino seco para que le abriera el apetito.
F. Rabelais. Gargantúa
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